noviembre 22, 2024

Francisco Morales V.

México. (18 de enero). – En una ciudad que vive perpetuamente colmada de efigies y estatuas de José María Morelos y de Emiliano Zapata, la Biblioteca Pública Abraham Rivera Sandoval abrió sus puertas este miércoles con la evocación de un nuevo tipo de prócer.

Dispuesta a todo lo largo de una pared, en franca rivalidad con una bandera aledaña que olvidaron descolgar en septiembre, una manta gigantesca exalta el rostro de un insurgente desmadroso, pero siempre agudo y preciso, que describió a la historia reciente de México como una tragicomedia.

Con los ojos puestos en la lejanía, como héroe patrio de billete, el escritor José Agustín, fallecido el día anterior, recibe este honor espontáneo en la ciudad que hizo su hogar durante casi 50 años.

«Creo que hemos perdido a una de las voces fundamentales de la literatura mexicana del siglo 20», sentencia María Teresa Meneses, directora de Patrimonio Cultural y Bibliotecas del Ayuntamiento de Cuautla.

Fue ella quien, ante la noticia, recuperó la lona que había mandado a hacer unos años atrás, para la presentación de un libro sobre el autor, y la colocó en el lugar más protagónico del recinto de la ciudad morelense.

Sería un error, sin embargo, pensar que este acto fue motivado por la clase de respeto que se le tiene a los mármoles y a los bronces, sino que, más bien, lleva tras de sí un recuerdo dichoso de un rebelde incorregible.

Apenas en abril del año pasado, el autor que liberó la voz de la juventud en libros como La tumba (1964) atestiguó la presentación de su obra completa, editada por Debolsillo, en la biblioteca pública que ahora lo muestra De perfil (1966).

«Cuando dijeron que no iba a dar autógrafos, yo guardé mi librito en mi bolsa y ahí lo dejé», recuerda Meneses sobre esa tarde en la que el recinto estaba abarrotado por admiradores con las más diversas ediciones de su obra, ávidos por una firma.

Una decisión irreprochable, pues aunque el autor se caracterizó desde siempre por la devoción hacia sus lectores, en el 2009 sufrió un accidente que lo alejó de la vida pública, precisamente cuando un grupo de fanáticos, en su búsqueda de un autógrafo, terminó por precipitarlo de un escenario a dos metros del suelo.

«Pero cuando él dice: ‘¡No, ni madres! ¡Yo firmo!’, saqué mi librito, me esperé hasta el final y me autografió mi libro», recuerda, con una sonrisa melancólica, la funcionaria municipal.

En ese mismo evento, en el que fuera su última aparición pública, un lector le dijo que darle la mano era como estrechársela a Dios.

«¡Ay, no mames!», fue la pronta respuesta del escritor, cuya reticencia a ser «la voz de algo», o «el estandarte de esto otro», fue invariable.

Aun así, su ciudad adoptiva lo quiso tanto, y lo quiere tan bien, que pensaba demostrarlo en abril de este año, con un homenaje que habría de titularse «José Agustín: 80 años de un hijo de Cuautla».

Independiente a rabiar y siempre ajeno a cualquier camarilla política e intelectual, el novelista recibirá, no obstante, otro trato de prócer este año, si el cabildo actual lo aprueba.

«Queremos que la sala general de la biblioteca se llame ‘José Agustín'», informó Meneses, quien atesora en su casa un ejemplar firmado por el hijo de Cuautla y piensa que, para entonces, habrá descolgado ya la bandera para sustituirla con un retrato del escritor.

A puerta cerrada, en una ceremonia privada, la familia y amigos de José Agustín lo velaron como el escritor hubiera querido: cerca del fuego.

Tras el portón de la casa de Brisas de Cuautla, sus cercanos se reunieron en torno a una fogata, con el órgano de Ray Manzarek en Light My Fire y la voz de Bob Dylan como medios para recordarlo.

José Agustín llegó a Cuautla en 1975, huyendo de las «incomodidades e incontaminaciones» de la Ciudad de México y de una renta alevosamente alta.

Así lo relató en Cuautla y el enano (2001), la crónica definitiva sobre esta ciudad, publicada en su libro El hotel de los corazones solitarios y en la revista La Tempestad.

Ahí narró, por ejemplo, cómo es que su padre, el capitán Augusto Ramírez, fundó el fraccionamiento Brisas en 1966 junto con otros colegas pilotos; el origen de su arraigo.

Incluso antes de mudarse, el escritor eligió a la ciudad para el «Estreno Cósmico» de su película Ya sé quién eres (te he estado observando) (1971), organizado a todo lujo en el cine Narciso Mendoza.

Sin embargo, el recinto de arquitectura funcionalista, hoy convertido exclusivamente en teatro, no se mira como un lugar que podría recibir a Angélica María, Claudia Islas, July Furlong, Macaria, Octavio Galindo, Javier Bátiz y Julio Castillo, entre el escándalo de las combis que pasan a todo momento frente a su fachada.

Publicado en Reforma

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